lunes, 5 de marzo de 2018

Para el cerebro, el estilo de música también importa


Para el cerebro, el estilo de música también importa
El cerebro de un pianista de jazz funciona de manera diferente que el de uno de música clásica, aunque toquen la misma canción.

Numerosas investigaciones han demostrado que el cerebro de los músicos presenta algunas peculiaridades en comparación con el del resto de los mortales. En el cerebro de los pianistas profesionales, por ejemplo, las áreas responsables del movimiento y la coordinación son de mayor tamaño; además, las conexiones nerviosas entre ambos hemisferios son más robustas. Sin embargo, un equipo del Instituto Max Planck de Neurociencia y Cognición Humana en Leipzig ha descubierto que la especialización del cerebro de los músicos llega más lejos de lo descrito hasta ahora. Al parecer, el cerebro de los pianistas también se diferencia por el estilo de música que interpretan. No funciona igual el de un músico de jazz que el de uno de música clásica. Los resultados se publican en la revista NeuroImage.


Para su estudio, los investigadores reclutaron a 30 pianistas, la mitad de ellos especializados en jazz; la otra, en música clásica. Solicitaron a los probandos que tocasen el fragmento de una pieza musical reproduciendo los movimientos que, a través de una pantalla de ordenador, veían realizar a una mano sobre un teclado de piano. Las breves melodías estaban sembradas de pequeños «tropiezos» en la armonía y digitación. Así, en la primera de dos pruebas los sujetos debían reproducir un acorde inesperado, pues no casaba con la armonía del fragmento musical que estaban interpretando. En un segundo experimento, debían tocar una serie de notas utilizando una digitación inusual.

En ambas pruebas se evaluó la actividad cerebral de los participantes a través de electroencefalografía (EEG). Con el fin de evitar señales indeseadas en el electroencefalograma (señales acústicas, por ejemplo), los experimentos se llevaron a cabo sin sonido.
El cerebro de los pianistas de música jazz se muestra más activo que el de los de música clásica a la hora de replantear el movimiento de las manos ante un acorde inesperado e inusual. [iStock/ RomoloTavani]


Diferentes focos de atención

El cerebro de los músicos de jazz reaccionaba con mayor rapidez cuando estos debían enfrentarse con acordes inesperados que el de los otros músicos. Así, la planificación de los movimiento manuales se modificaba antes, según revelaban las imágenes por EEG. Ello contribuía a que se mostraran más diestros en esta tarea que los pianistas de música clásica. Estos últimos, en cambio, resultaban mejores cuando se trataba de efectuar una digitación inusual. En ese caso, su actividad cerebral mostraba más picos de atención.

«El motivo de estos resultados podría estribar en la diversidad de las capacidades que los dos estilos de música demandan de los músicos. Las piezas clásicas deben interpretarse con sensibilidad, mientras que en el jazz hay que saber variar de manera ocurrente la melodía», indica Sammler. En otras palabras, los pianistas de jazz destacan por estar más concentrados en el «qué», es decir, en lo que tocan: en todo momento están preparados para improvisar y adaptar su interpretación a armonías flexibles y sorprendentes. Los de música clásica, en cambio, prestan una mayor atención al «cómo», por lo que se esmeran en interpretar la pieza con una técnica impecable y una expresión personal. Para ello, resulta decisiva la elección de la digitación. 

Los autores sugieren la necesidad de tener en cuenta los estilos de música en el estudio del funcionamiento cerebral de los músicos si se quiere entender qué sucede en su cerebro. De esta manera, podría descubrirse el más pequeño denominador común en todos los estilos de música, señalan. 

Fuente Original: Daniela Zeibig/Spektrum.de + Artículo traducido y adaptado por Investigación y Ciencia con permiso de Spektrum der Wissenschaft. + Referencia: «Musical genre-dependent behavioural and EEG signatures of action planning. A comparison between classical and jazz pianists». R. Bianco et al en NeuroImage, vol. 169, págs. 383-394, 2018.

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